En el contexto de la primera Asamblea Eclesial de la Amazonía Peruana, realizada en la ciudad de Lima del 27 al 29 de enero, obispos amazónicos, misioneros y misioneras, laicos y representantes indígenas se reunieron y reflexionaron sobre la grave crisis ambiental que enfrenta la Amazonía. Frente a la creciente destrucción de los ecosistemas, la impunidad de organizaciones criminales y la insuficiente respuesta de muchos gobernantes, esta declaración busca reafirmar nuestro compromiso con la defensa de la Casa Común y el bienestar de los pueblos amazónicos. Inspirados por el mensaje del Papa Francisco y la urgencia del momento, hacemos un llamado a la acción para proteger la Amazonía, los derechos de sus pueblos y sus recursos naturales, recordando que el respeto por la vida y la justicia ambiental son fundamentales para el futuro de nuestro planeta.
En la ciudad de Lima, en el marco de nuestra Asamblea Eclesial Amazónica anual realizada del 27 al 29 de enero, que congregó a obispos amazónicos, misioneros y misioneras, laicos y representantes indígenas, ante la situación insostenible de destrucción de los ecosistemas y a la inadecuada e insuficiente respuesta de muchos de nuestros legisladores y gobernantes, ante el clamor de nuestra Madre Tierra y en comunión con la preocupación del Papa Francisco por el cuidado de nuestra Casa Común, manifestamos enfáticamente que:
- Es momento de reaccionar: Reconozcamos que somos parte del problema; todos tenemos responsabilidad en la nefasta crisis climática en la que está sumida nuestra Amazonía. Pero somos también parte de la solución; el llamado a cuidar el bioma amazónico requiere de nosotros que frenemos los impactos medio ambientales y que preservemos el ambiente sano y equilibrado. Este es el legado para nuestros hijos y nietos.
- Es urgente decir No a las organizaciones criminales: La Amazonía está muy próxima de alcanzar el “punto de no retorno”, en el que se convertirá en sabana y dejará de cumplir su decisivo papel regulador del clima a nivel mundial. No obstante, organizaciones criminales la siguen desangrando con total impunidad. Es necesario revertir esta situación y encaminar nuestras acciones colectivas a frenar esta ola destructiva de la vida. Instamos a las autoridades a ejercer con responsabilidad y patriotismo sus deberes con los ciudadanos y el territorio amazónico.
- Con el Papa Francisco invocamos a los políticos a pensar en el bien común (la buena política): lamentamos que lejos de dar muestras de cuidado del extraordinario regalo que es nuestra Selva (60% del territorio nacional), pareciera que están de espaldas al actuar impune de la minería ilegal, que sigue devastando nuestros territorios, corrompiendo y dividiendo a nuestros pueblos amazónicos.
- El agua es un derecho fundamental para todos: El Tribunal Constitucional sanciona que el Estado, en el respeto de sus ciudadanos, debe asegurar que sus instancias y representaciones no interfieran en el acceso de toda persona a este bien, en condiciones saludables para el consumo humano. El Papa nos dice que “no dejar a nadie atrás” significa comprometernos para acabar con esta injusticia… porque está en juego la vida de las personas y su misma dignidad.
- Hemos de cuidar a los cuidadores y defensores ambientales: La Iglesia en la Amazonía acompaña los procesos judiciales iniciados por organizaciones indígenas y que han marcado un hito en la defensa del agua y de los bosques. Sin embargo, son muchos ya (35) los líderes indígenas asesinados y otros criminalizados y amenazados. No obstante, y guiados por el Papa Francisco, la Iglesia mantiene su compromiso en el cuidado de la tierra y de los pueblos (indígenas, colonos, ribereños) que allí habitan.
Habiendo comenzado el año jubilar “peregrinos de esperanza”, vivamos este año inspirados por las palabras del Libro del Levítico donde se define el sentido del jubileo, vuelta a la armonía de relaciones justas: «Proclamarán una liberación para todos…cada uno recobrará su propiedad, y cada cual regresará a su familia.» (Lv 25,10), respeto a los ritmos de la naturaleza: «No sembrarán ni segarán lo que vuelva a brotar de la última cosecha.» (Lv. 25, 11), finalmente: «No se defrauden unos a otros, y teman a su Dios, porque yo soy el Señor, su Dios.» (Lv. 25,17).